Mis ojos acariciaron
la gracia de su sonrisa;
era otoño y la mañana
estaba lluviosa y fría.
Yo le conté que mi alma
soñaba una dulce vida
en que el amor fuera todo;
flores, penumbras y espinas.
Le dije que ya llegaban
las tardes largas y frías
del invierno, y que las penas
eran mis únicas dichas.
Ella me miró serena
y me dijo entre sonrisas
que ya hacía mucho tiempo
que en silencio me quería.
Juan Ramón Jiménez