El amor, ese fenómeno que nos eleva a lo más alto o nos destroza. Ese sentimiento que nos hace sentirnos vivos cada día o nos sumerge en lo más profundo de un pozo. Y es que el amor no entiende de medias tintas ni de grises. Blanco o negro y cuestión de extremos.
Hay cosas que nunca vamos a entender, como el por qué de los polos opuestos o la teoría de la tostada que cae siempre por el lado equivocado. El ser humano es raro, rara vez comprensible, cambiante, irascible. Se nos da demasiado bien retrasar lo que no queremos que llegue y nos comportamos a menudo como si no quisiéramos a la gente. Pero a la vez el ser humano es extraordinario. Y es que el amor es algo tan sencillo como complejo. Hay cosas que hacen que las relaciones sean extraordinarias y rarezas que, de alguna manera u otra, hacen que cada pareja sea única.
Enamorarse de alguien que te hace querer ser mejor persona no es nada más y nada menos que una buena influencia.
Tener a alguien a tu lado sin miedo a desafiar opiniones, libertad de expresión y pensamientos. Y es que no hay nada más atractivo que una buena conversación con argumentos.
La posibilidad de mantener una relación con alguien que sea tan inteligente como tú es algo que es satisfactorio tanto a nivel personal como a nivel profesional.
Hay quien dice que, en el amor siempre hay uno que da más que otro. ¿Y si no fuera así? ¿Es posible estar en igualdad de condiciones? Lo es. Y es mucho mejor que haya estabilidad a que haya un desequilibrio.
No hay nada más gratificante que la complicidad. Experiencias, apoyos y el trabajo en equipo no pueden llevar a otro lugar que el camino al éxito.
No tomar decisiones cuando estamos alterados es una de las cosas más difíciles por hacer. Y es que somos cuanto menos incoherentes, a menudo tratamos de buscar algo que quizá ya estaba ahí desde hace tiempo.
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