La noche buena viene…

Navidad, blanca Navidad, tiempo de ensoñación y encanto, de recuerdo e ilusión. Una vuelta, para muchos, a su más tierna infancia, donde la Navidad, y muy especialmente la nochebuena, tenía sabor y olor, sabor familiar y olor de hogar. Donde el mundo entero se convertía en una gran familia, la gente salía, cantaba y compartía. Las grandes chimeneas, repletas de chispeantes llamas, invitaban al encuentro y a la charla amistosa y solidaria, se bebía y se reía sin parar. Zambombas, almireces, panderetas, botellas de anís vacías, rasgadas acompasadamente con una cuchara, todo era útil a la hora de acompañar los villancicos, nostálgicos algunos, alegres los más. Recuerdo uno especialmente pesaroso que decía: “La Nochebuena se viene…la nochebuena se va…y nosotros nos iremos…y no volveremos más…” Manteles repletos de mazapanes, polvorones, turrones; anises y licores para curtidos gaznates, endulzaban y alegraban la vida, logrando que las sencillas gentes se despertaran del monótono letargo que sobrellevaban día tras día. Navidad, motivo de felicidad, convertida en la gran fiesta de la humanidad, cristiana o pagana. Los escaparates, los adornos y las luces navideñas inspiran esperanzas y sueños, anhelos y deseos de paz. Espíritu navideño que impregna cada calle, cada hogar, cada corazón.
Pero Navidad es también sinónimo de nostalgia y tristeza para muchos: éste recuerda vivamente a ese familiar o amigo ausente, quizá recientemente fallecido; ése está lejos de su tierra natal, viviendo separado de los suyos en un país prestado; aquél intenta oxigenarse en un ambiente irrespirable, cargado por el peso de no poseer lo imprescindible para poder llevar una vida digna, o para poder alejarse del dolor que causa la enfermedad. Hay quienes suspiran aliviados cuando acaban las noches del 24 y del 31 de diciembre, dando gracias porque ya terminaron, finalizando así con una profunda nostalgia. Existen muchas personas, aún las más equilibradas, que sufren la llamada depresión navideña. Se trata de un bajón en el estado de ánimo acompañado de cierta melancolía. Algunos intentan salir de este estado entre compras compulsivas en grandes almacenes, entre la adquisición de regalos o asistiendo a reuniones o a cenas de carácter social o familiar.
Hace años, en Madrid, un amigo psicólogo me decía que “en estos días se da una regresión a la infancia, a la luz de elementos como el árbol, los adornos, los regalos y las figuras del Portal de Belén, siendo propensos a experimentar sensaciones que tuvimos de niños, como la alegría o la magia, que se matizan, ya de adultos, con un poco de soledad, lo que provocan que nos pongamos nostálgicos”. Los mayores recuerdan especialmente aquellas Navidades de antaño rodeados de sus hijos pequeños e ilusionados, retoños que hace años abandonaron el nido paterno; hay familiares que recuerdan intensamente a los suyos, que acaso viven estudiando o trabajando en el extranjero; existen también personas que sufren rupturas sentimentales o simplemente quien recuerda aquello de que cualquier época pasada fue mejor. El denominador común de todos es la añorada ausencia o la sentida perdida. Existe una especie de cordón invisible entre el pasado y el presente que puede llegar a causar mucho dolor, especialmente cuando recordamos situaciones difíciles –aún no resueltas- que causan tristeza, melancolía, y en caso extremo, depresión.
Los medios de comunicación social, el mundo de la publicidad y la misma sociedad promueven el consumismo desaforado y cuando se carece de dinero suficiente o no se tiene familia, esos anuncios son ingratos, y lo único que consiguen es que las personas sensibles o sin poderío económico se sientan mal, e incluso se depriman. En estas fechas se duplican los “quita penas” perjudiciales, y las adiciones y empachos están al orden del día.
Navidad, tiempo de contrastes, felicidad para algunos, tristezas y depresiones para otros. Pienso que hemos de volver al sentido legítimo de la Navidad, redescubrirla, apoderarnos de su genuino espíritu, poseer una vivencia espiritual grande que nos lleve a una renovación interior. Los que poseemos el preciado don de la fe, alegrémonos, gocémonos, nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. El es el quien da verdadero sentido a nuestras vidas, llenando nuestro ser de aliento e ilusión.

P. Mario ALONSO AGUADO, O. de M.
Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de TOLEDO.
Publicado en Canfali el 23-12-2005.

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